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domingo, 14 de junio de 2009

SOBRE EL HAIKU -JOSÉ MANUEL MARTÍN PORTALES-

EPÍLOGO SEGUNDO DEL LIBRO “HAIKUS JAPONESES DE VUELO MÁGICO"

He sufrido una tensión insospechada ante estos textos. La evidencia de alguna especie de origen traspasa esta escritura. Algo relacionado con la ingenuidad, con la inmediatez, con la absoluta ausencia de estrategia. Algo inocente.

Si el haiku se ha convertido en una gran tradición es porque permite expresar la complejidad de la conciencia. No su simplicidad, como podría pensarse. La carga de profundidad queda a salvo del paso del tiempo, y de toda manipulación, en la medida en que encuentra la sencillez. Si no expresara esa complejidad no habría sobrevivido. Pero si no hubiese encontrado la protección de la sencillez hubiese destrozado la conciencia del que se expresa. El haiku pone en evidencia que la sencillez protege al poeta, que sin ella hubiese quedado totalmente destrozado por la evidencia de lo Real. De igual manera, la sencillez de lo expresado protege al lector, que de otra manera quedaría gravemente conmocionado, y a pesar de ello no está del todo a salvo. Parece, acaso, que la sencillez actuase aquí como una didáctica de lo Real, tal vez lo mismo que la ternura suele actuar como una didáctica del amor, permitiéndonos el acceso sutil y sosegado a un territorio donde reina la pasión, el vértigo y la muerte de aquel que éramos antes de entrar en él.

Alguna vez he escrito que el poema contiene lo que no puede ser dicho, y permanece sin ser dicho gracias al poema. La zona limítrofe de esa perplejidad, de esa contradicción radical, habita en el haiku.

Occidente, en general, tiene serias dificultades para entender que la complejidad de la conciencia se fundamenta en su capacidad para integrar el todo en cada parte, en su capacidad para verbalizar la hierofanía –que es la Totalidad que podemos soportar–, sin que esa verbalización atente contra su pureza. Porque toda hierofanía es una revelación que todavía no sabemos que lo es, que todavía no sabemos lo que significa. Borges llamaba a esto «experiencia estética». Y Occidente entiende el no saber como una estrategia del saber, no como un modo genuino de revelación. Quizá porque la hierofanía nos obliga a sospechar que la razón no es el horizonte de la conciencia. O que la racionalidad no es el camino del sentido.

Creemos, en Occidente, que la conciencia debe desentrañar el misterio de la vida y la naturaleza, pero no sospechamos que ese quehacer sólo podrá realizarse cuando la conciencia asuma que ella misma es naturaleza, que ella misma es el misterio que busca desentrañar. En el haiku la conciencia se enfrenta a sí misma en cada instante: la palabra ya no será algo que se dice sobre algo, sino aquello que se dice la naturaleza a sí misma a través del hombre. Porque el hombre no es otra cosa que la palabra que ha alcanzado el universo.

Seguramente, esa impresión primigenia a la que llamamos asombro, tan nítidamente expresada en estos haikus, muestre a las claras, con una desnudez insultante, que lo que llamamos «lo sagrado» es sencillamente algo que sucede dentro de lo Real, acaso el momento mismo en el que lo Real se hace Palabra. El hombre no es más que la verificación existencial del acceso de la Realidad a la Palabra. No existe una Realidad y una palabra que la nombre. La Palabra nace de la propia Realidad.

La pregunta, entonces, es radical: ¿Por qué la Realidad deviene Palabra? No hay respuesta. Basta la pregunta. Sólo cabe intuir que la Realidad deviene Palabra porque acaso lo Real es un proceso de identidad, un proceso de sentido, que encuentra en la palabra la posibilidad de no encerrarse en pura facticidad. Lo Real no es fáctico. O, dicho de otra forma, lo Real se escapa de la facticidad y su forma de salir de la facticidad es la Palabra. La Palabra, por tanto, intuimos, es la forma que tiene lo Real de manifestar su inconcebible apertura hacia el sentido. Cuando la palabra cumple esta misión decimos que es palabra «poética». Por eso sería contradictorio sospechar que la palabra dice la Realidad a modo de clausurarla, a modo de definirla, a modo de encerrarla en algo que ya es como es. Al contrario, la Palabra (poética) dice que lo Real no es una cosa, algo que ya es, sino más bien que es algo en busca de sí mismo, en busca de un sentido. Un sentido que no adviene en el lenguaje sino más bien a través del lenguaje.

Y lo genuino del haiku, en nuestra opinión, es que es un decir de los sentidos, no un decir de la razón. Un decir nacido de la percusión de los sentidos en la puerta de la conciencia. Como si los sentidos nos permitiesen colocamos en el mismo orden de naturaleza de lo Real. Si la razón se aleja progresivamente de la naturaleza y su relación con la Realidad es puramente estratégica, los sentidos nos permiten la experiencia del origen permanente, que es el modo de ser de lo Real. Lo Real siempre está en el origen, siempre se está originando. La percepción de esa evidencia corresponde a los sentidos, por eso sólo desde los sentidos la conciencia puede nombrar, puede verbalizar el origen. Un origen que no es algo sido, sino algo siendo. Y su decir es un decir inútil, no estratégico. Precisamente la inutilidad del decir poético lo salva de ser manipulado. Sólo la inocencia conoce el camino del sentido. La palabra que no resuelve el sentido es la palabra poética. El poema no «tiene» sentido, no encierra el sentido de lo Real, sino que lo abre, poniendo en evidencia, en última instancia, que la Palabra no es la última «experiencia» que la Realidad tiene de sí misma. Ese vacío que queda abierto a un más allá de la palabra es lo que queda sobrecogedoramente expresado en la auténtica poesía.


José Manuel Martín Portales
Córdoba, marzo de 2005


Nota: Hierofanía, del griego hieros (‘ηρος) = sagrado y faneia (φανεια)= manifestar. Es el acto de manifestación de lo sagrado.

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